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Hoy en el Día Mundial de la Diversidad Cultural

Somos una comunidad ¡somos la humanidad!, seres de historias milenarias y de una identidad profunda, raíz que nos conecta con los ancestros y que delinea el contorno de nuestra personalidad.

Entre los rumbos continuos del destino y de la copiosidad de instantes vertiginosos que se agolpan en la vida, hemos venido todos nosotros amigos, a coincidir aquí en la tierra. Hoy que se conmemora el Día Mundial de la Diversidad Cultural quiero llevarlos por un camino de reflexión. Ni se preocupen, todo lo que les diré les sonará familiar, se los cuento porque hay un llamado apremiante a la concordia amigos, ya viene siendo hora de paz para todos. Compartimos una misma casa y es urgente que logremos convivir en ella, por el bien de nosotros mismos, de nuestros compañeros de terruño y por el bien del terruño mismo. Ustedes acompáñenme, solo hace falta un poquito de concordia.

Somos una comunidad ¡somos la humanidad!, seres de historias milenarias y de una identidad profunda, raíz que nos conecta con los ancestros y que delinea el contorno de nuestra personalidad. Todos nacemos en el seno de una cultura que nos forja la forma de entender el mundo; la cultura es como una malla desde la cual observaremos el exterior, una perspectiva especial que modela la forma en que concebimos la realidad. Una mañana, el canto de nuestra madre en la cocina y el sol inundando de cálida luz el espacio que nos rodeaba conocimos la belleza. Muchos días y muchas noches la belleza se irá nutriendo de nuevas experiencias, conoceremos otros conceptos. Nuestro pensamiento se irá componiendo por cómo nos apodaban en la escuela, que características mías valoraban mis compañeros y de cuáles se burlaban; por los amigos que hagamos y por los ejemplos que nos den nuestros padres. Hasta la ausencia en ese sentido es un ejemplo. Hay mucha sutileza en el proceso, sólo piensen que para ustedes el concepto de justicia no es el mismo que tienen sus hermanos o hermanas, venga quizá su concepto de amor no es el mismo que tienen sus amigos o su pareja.

Nadie puede dejar de reconocer que todos somos humanos y que cada uno pertenece a un grupo distinto, un barrio distinto, un género diferente y, no lo podemos negar, siempre hemos tenido diferencias que llegan muchas veces hasta las discusiones. Malentendidos, mi definición de belleza se separa de la tuya pues la mañana de amor que me presentó mi madre difiere de la noche que a ti te hizo conocer la belleza, esa noche de tonos marrones y cobrizos que destilaba la tierra contrastando con el marino intenso del cielo chispeante de estrellas. De las diferencias vinieron las discusiones y ya con furia hemos llegado a formas brutales de violencia, olvidando que si nuestra especie ha llegado hasta aquí ha sido gracias a todas aquellas veces en que el malentendido se convirtió en comprensión y en acuerdo. Pacto social de mutua supervivencia, extensión del amor intrínseco que todos tenemos por nuestra tierra. El enojo fácilmente puede tornarse en odio, pero una misma semilla puede dar distintos frutos. La diferencia no implica forzosamente el rencor o la rabia.

Mexicanos, voz de la guitarra nuestra, estamos todos reunidos en nombre de nuestro país y se nos convoca a ‘concordar’. Pero, reconozcámoslo aquí y ahora, no todos crecimos oyendo mariachi, ni tenemos un gusto particular por la música ranchera. No todos comíamos panuchos y pibil cada semana, no todos somos parte de una comunidad metida en la sierra tarahumara de abuelos bien tostados como el grafito, o no tenemos abuelos bien pálidos, tan pálidos que hasta su cabello hubiera sido pálido y sus ojos claros. La verdad, somos una comunidad muy amplia, de banda bien distinta entre sí. Algunos crecieron en la ciudad y otros en el campo, unos tienen un vínculo fuerte con la tierra y otros no han conocido nunca el verdadero alivio de una lluvia retrasada. Muchos pueden ver la fuerza categórica de una cascada, el cielo limpiecito del cielo sobre la loma del desierto, la marejada de hojas tapizando las curvas de los cerros, pero muchos otros jamás conocerán esta belleza. Muchos pueden ver la violencia que ronda los jacales todo el tiempo, muchos otros jamás conocerán ese estado de alerta permanente. 

Los mexicanos somos muchos. Akatecos, amuzgos, awakatecos, ayapanecos, cochimíes, coras, cucapás, cuicatecos, chatinos, chichimecas, chinantecos, chocholtecos, ch’oles, chontales de Oaxaca y de Tabasco, chujes, guarijíos, huastecos, huaves, huicholes, ixcatecos, ixiles, jakaltecos, kaqchikiles, k’iches, kiliwas, kikapúes, ku’ahles, kumiais, lacandones, mames, matlatzincas, mayas, mayos, mazahuas, mazatecos, mixes, mixtecos, mochós, nahuas, olutecos, otomíes, pa ipais, pames, pápagos, pimas, popolocas y los popolocas de la sierra, p’urhépechas, q’anjob’ales, q’eqchis, sayultecos, seris, tacuates, tarahumaras, tekos, tepehuas, tepehuanos del norte, tepehuanos del sur, texistepequeños, tlahuicas, tlapanecos, tojolabales, totonacos, triquis, tseltales, yaquis, zapotecos y zoques. Entre todos estos pueblos que componen una parte del tejido de nuestro país, ¿cuántas diferencias habrán? Yo ya pensé en varias, unas tontas como que hablamos una lengua distinta y que cada quien ocupa ropa distinta, pero las verdaderas diferencias de peso nos obligan a ser ferozmente egoístas. Hay muchas diferencias que atraviesan nuestra calidad de vida, la del vecino puede ser mejor que la mía y no hay ninguna justicia en ello. Pero si somos capaces de mirar con cuidado, las similitudes también son de un peso demoledor. 

Sí, somos distintos; pero las inundaciones se llevaron todas nuestras casas, ni preguntaron. Sí, somos distintos; pero cuando la tierra se cimbró en un movimiento telúrico y nuestras viviendas no aguantaron la sacudida, eran las manos de todos las que quedaron vacías. Las situaciones pueden ser abrumadoras, pero compartimos el mismo rumbo. No es tan evidente la mayoría de las veces, podemos no darnos cuenta que cuando nos subimos al metro en la madrugada para llegar a la chamba estamos compartiendo el rumbo, cuando usamos la misma carretera y vamos juntos en la troca o en el camión. En el trabajo, en la labranza, en la escuela, en la familia y en el jacal, estamos juntos compartiendo rumbos. Y de repente nos vemos metidos en situaciones imprevistas que nos enfrentaran, cara a cara, con las diferencias del otro. Mi perspectiva del mundo chocara estrepitosamente con la tuya. Pero si yo soy capaz de imaginarme el porqué de tu comportamiento, si puedo encontrar el punto medio entre lo que yo necesito y lo que tú necesitas, el conflicto puede sustituirse por el acuerdo. Hablemos todo lo que se tenga que hablar, deslavemos los ríos de enojo que nos corren por las venas, miremos la perspectiva más amplia, la que nos abarca a todos. La semilla del entendimiento yace escondida en cualquier situación conflictiva. Sí, somos diferentes; pero no niego la porción que le corresponde al otro del mundo que compartimos, y su mundo no invalida al mío. Las perspectivas de su cultura y de la mía enriquecen la visión que podemos tener de nuestro entorno, ambas ya coinciden en el mismo espacio, sólo es cuestión de convivir, de hacer una cultura tuya y mía. 

La cultura es lo más humano que tenemos, la identidad que corre en el centro de nuestros corazones a través de nuestras ideas y sentimientos, que encuentra salida en el producto de nuestras manos, en los pasos de nuestras danzas y en los cantos que nos recuerdan nuestra tierra. No podríamos perderla, aunque quisiéramos. Es legado que nos ha llegado de tantos ancestros, de tantas formas de encontrar la belleza en el mundo. Y aunque cada uno se acerca de manera diversa al mundo, todos amamos nuestro hogar y todos tenemos nuestros quereres en esta tierra. Hoy se celebra el Día Mundial de la Diversidad Cultural y es momento de pensar lo que significa mi propia cultura para mi vida, cuáles son las prácticas culturales que me enorgullecen y le dan identidad a mi existencia, cuáles son practicadas por mi comunidad pero no me causan ninguna gratificación. Las distintas maneras en las que comemos, cómo vamos a la escuela, cómo encontramos la belleza en nuestro entorno, cómo queremos a nuestros familiares y cómo se los demostramos. Todas las actividades que realizamos son parte de nuestra cultura y todas están atravesadas por la convivencia con el otro. Así, el otro bien puede ser un extraño que quiera sacar de mi vida, sin conseguirlo nunca del todo, o bien puedo convertirlo en un vecino que respeto y que puede ampliar la perspectiva que yo tengo del mundo. Las situaciones a veces son fugaces, pero siempre tenemos la posibilidad de entrar como seres orgullosos de nuestra cultura y enfrentar las diferencias con la capacidad de aceptar el orgullo que el otro tiene por su cultura. La convivencia de ambos no sólo nos garantiza el entendimiento, la tranquilidad ¡la paz!, también es al promesa de encontrar nuevas maneras, mejores, de hacer una cultura todos juntos.

 

Por Paula Sofía Bautista Salas

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