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Romeyno Gutiérrez “Piano semeame/ El que toca piano”

Romeyno tradujo la alegre música de los violinistas de su comunidad a un instrumento sutil, el piano. Salió a los 12 años de su comunidad rarámuri, fue difícil porque la mayoría de la gente de los otros pueblos hablan castellano y otras variantes del rarámuri. Sin embargo, sus papás le decían que era la única forma de que tuviera una vida mejor.

“Para mí la música  es el sinónimo de  alegría”

Cuando sus dedos reposan en las teclas del piano, Romeyno llena de alegría los corazones de la gente.

A pesar de ser más de 140 000 mil habitantes en la comunidad rarámuri, se teme que se pierda la cultura, pues muchos de los jóvenes desconocen  sus tradiciones, sin embargo, la lengua aún se conserva, pero no está exenta de perderse.

En la comunidad rarámuri la música es parte fundamental de la cultura, crecen rodeados de ella, por eso  se cree que llevan la música en la sangre. Con una sonrisa en el rostro, Romeyno nos comparte  lo que significa la música en su vida.

 ¿Qué significado tiene la música  para ti? 

Para mí la música es sinónimo de alegría, porque la mayoría de los sonidos tradicionales rarámuri son muy alegres, la música es parte esencial  de nuestra cultura. La mayor parte de mí familia sabe de música, pues el instrumento principal de mi comunidad es el violín.

¿Cómo viven la música en tu  comunidad? 

La música siempre va enlazada con cualquier fiesta que haya, para nosotros es una manera de convivir y  de darle gracias a nuestro creador.  En la comunidad no existe un maestro o una institución que pueda enseñarte música, siempre se aprende  viendo a los otros, es parte de nuestra cultura..

¿Cómo empezaste a hacer  música?

Mi caso fue diferente, el amor a la música se lo debo a mi maestro,  Romayne Wheeler, de él aprendí a apreciar la delicadeza de los sonidos del piano.

¿De qué manera llega tu maestro  Romayne a tu comunidad?

Hace 42 años el maestro llegó de  Estados Unidos, a la Sierra de mi comunidad en Chihuahua. Yo no lo conocí a él, él me conoció a mí. Antes de que yo naciera hizo una amistad muy  sólida con mi papá le solía decir:  “Cuando nazca mi hijo serás el  padrino”. Es así como obtengo el nombre de Romeyno, su nombre es francés, pero se dice que todos los nombres rarámuris deben de terminar en vocal, por lo cual me llamo  Romeyno con la “o” al final. Hay una anécdota que me gusta recordar mucho, cuando mi maestro  llegó a la Sierra tarahumara, llevaba consigo un pequeño teclado para  poder practicar, se instaló en una  pequeña cueva, después se hizo un  lugar bastante visitado en la comunidad, nos gustaba cuando tocaba a  Mozart porque sentíamos que era  parte de nuestra cultura por la ligereza de la melodía.

Un día cuando mi padre se despidió de Romayne le dijo: “Salúdame a Mozart”, mi maestro se sorprendió y le contestó: “No, hace muchos  años falleció”, mi padre con tono  enojado: “¿Y por qué nunca me dijiste?… Bueno, pues salúdame a sus  parientes”.

¿Por qué si en tu comunidad  tocan el violín, tú te inclinaste  por el piano?

Para mí escuchar el piano era percibir un sonido puro y limpio, fue ahí cuando comencé a amar la música.  Cuando era pequeño, podía pasar horas observando a mi maestro tocando, él dijo que llevaba la  música por dentro, y a la edad de 15  años fui a Morelia a tomar cursos de  piano al Conservatorio de Morelia, Michoacán.

¿En qué momento decidiste dedicarte a la música? 

Cuando logré entrar al Conservatorio de Chihuahua. A los 18 años  tuve la oportunidad de tocar en el  Zócalo de la Ciudad de México, todavía utilizo los huaraches que  usé en esa presentación. A lo largo de mi carrera he viajado a nueve países compartiendo mi música.

 ¿Hay alguna pieza especial con  la que te guste cerrar tus conciertos? 

Siempre cierro con broche de oro mis conciertos con una obra de Francisco Tárrega, Recuerdo de la Alhambra. Invitó al público a cerrar  los ojos y recordar lo más bello de su vida. Elegí esta obra porque gracias a ella es que yo puedo tocar en  los escenarios. Desde que empecé a  hacer presentaciones me gusta cerrar compartiendo esta bella melodía.

Romeyno tradujo la alegre música que los violinistas de su comunidad  hacen, a un instrumento sutil y limpio, el piano. Salió a los 12 años  de su comunidad, fue difícil porque la mayoría de la gente de los otros pueblos hablan castellano y otras  variantes del rarámuri. Sin embargo,  sus papás le decían que era la única  forma de que tuviera una vida mejor.

Uno de sus principales obstáculos fue el tiempo, en la comunidad pareciera que el reloj no existe, todo va con calma y no hay prisa, a diferencia de la ciudad donde todo mundo siempre va corriendo. Pero ha sabido manejarlo, él es su propio  representante y ha llegado tan lejos que en 2019 compartió su música en el Auditorio Nacional.

Entrevista y fotografías por Yessica Canarios.

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