“Para mí la música es el sinónimo de alegría”
Cuando sus dedos reposan en las teclas del piano, Romeyno llena de alegría los corazones de la gente.
A pesar de ser más de 140 000 mil habitantes en la comunidad rarámuri, se teme que se pierda la cultura, pues muchos de los jóvenes desconocen sus tradiciones, sin embargo, la lengua aún se conserva, pero no está exenta de perderse.
En la comunidad rarámuri la música es parte fundamental de la cultura, crecen rodeados de ella, por eso se cree que llevan la música en la sangre. Con una sonrisa en el rostro, Romeyno nos comparte lo que significa la música en su vida.
¿Qué significado tiene la música para ti?
Para mí la música es sinónimo de alegría, porque la mayoría de los sonidos tradicionales rarámuri son muy alegres, la música es parte esencial de nuestra cultura. La mayor parte de mí familia sabe de música, pues el instrumento principal de mi comunidad es el violín.
¿Cómo viven la música en tu comunidad?
La música siempre va enlazada con cualquier fiesta que haya, para nosotros es una manera de convivir y de darle gracias a nuestro creador. En la comunidad no existe un maestro o una institución que pueda enseñarte música, siempre se aprende viendo a los otros, es parte de nuestra cultura..
¿Cómo empezaste a hacer música?
Mi caso fue diferente, el amor a la música se lo debo a mi maestro, Romayne Wheeler, de él aprendí a apreciar la delicadeza de los sonidos del piano.
¿De qué manera llega tu maestro Romayne a tu comunidad?
Hace 42 años el maestro llegó de Estados Unidos, a la Sierra de mi comunidad en Chihuahua. Yo no lo conocí a él, él me conoció a mí. Antes de que yo naciera hizo una amistad muy sólida con mi papá le solía decir: “Cuando nazca mi hijo serás el padrino”. Es así como obtengo el nombre de Romeyno, su nombre es francés, pero se dice que todos los nombres rarámuris deben de terminar en vocal, por lo cual me llamo Romeyno con la “o” al final. Hay una anécdota que me gusta recordar mucho, cuando mi maestro llegó a la Sierra tarahumara, llevaba consigo un pequeño teclado para poder practicar, se instaló en una pequeña cueva, después se hizo un lugar bastante visitado en la comunidad, nos gustaba cuando tocaba a Mozart porque sentíamos que era parte de nuestra cultura por la ligereza de la melodía.
Un día cuando mi padre se despidió de Romayne le dijo: “Salúdame a Mozart”, mi maestro se sorprendió y le contestó: “No, hace muchos años falleció”, mi padre con tono enojado: “¿Y por qué nunca me dijiste?… Bueno, pues salúdame a sus parientes”.
¿Por qué si en tu comunidad tocan el violín, tú te inclinaste por el piano?
Para mí escuchar el piano era percibir un sonido puro y limpio, fue ahí cuando comencé a amar la música. Cuando era pequeño, podía pasar horas observando a mi maestro tocando, él dijo que llevaba la música por dentro, y a la edad de 15 años fui a Morelia a tomar cursos de piano al Conservatorio de Morelia, Michoacán.
¿En qué momento decidiste dedicarte a la música?
Cuando logré entrar al Conservatorio de Chihuahua. A los 18 años tuve la oportunidad de tocar en el Zócalo de la Ciudad de México, todavía utilizo los huaraches que usé en esa presentación. A lo largo de mi carrera he viajado a nueve países compartiendo mi música.
¿Hay alguna pieza especial con la que te guste cerrar tus conciertos?
Siempre cierro con broche de oro mis conciertos con una obra de Francisco Tárrega, Recuerdo de la Alhambra. Invitó al público a cerrar los ojos y recordar lo más bello de su vida. Elegí esta obra porque gracias a ella es que yo puedo tocar en los escenarios. Desde que empecé a hacer presentaciones me gusta cerrar compartiendo esta bella melodía.
Romeyno tradujo la alegre música que los violinistas de su comunidad hacen, a un instrumento sutil y limpio, el piano. Salió a los 12 años de su comunidad, fue difícil porque la mayoría de la gente de los otros pueblos hablan castellano y otras variantes del rarámuri. Sin embargo, sus papás le decían que era la única forma de que tuviera una vida mejor.
Uno de sus principales obstáculos fue el tiempo, en la comunidad pareciera que el reloj no existe, todo va con calma y no hay prisa, a diferencia de la ciudad donde todo mundo siempre va corriendo. Pero ha sabido manejarlo, él es su propio representante y ha llegado tan lejos que en 2019 compartió su música en el Auditorio Nacional.
Entrevista y fotografías por Yessica Canarios.